Yo no hago deporte
Cuatro
Unos por gregarios, otros por absurdos, a mi no me gustan los deportes. Ni el trabajo en equipo, ni correr tras pelotas, ni el esfuerzo en aras de una meta, a no ser que ésta sea dar con la cabeza en un pesebre, o mejor aún: contra un muro. Nada de eso va conmigo. He nadado, bien es cierto. Pero por motivos terapéuticos, una vieja lesión que me dejaron los tres mil folios que escribí con mi Olivetti Letrera 35. Es más, admitiré el placer que me proporcionaba meter la cabeza bajo el agua en cada nueva brazada y sentirme aislado del mundo. Ensalzo el boxeo -que concibo como lucha, no como competición- por enojar a los progres y a los pacifistas. Pero, incluso con el carácter sin formar aún, contadas fueron las patadas que di a un balón de niño. Ya entonces, hacer deporte, me parecía la forma más rápida de romperse un hueso. No obstante la cantinela del "contamos contigo".
Me jacto de no haber hecho deporte en la vida. Y me jacto también de no haber militado jamás en organización alguna y de que ni siquiera se me haya pasado por la cabeza acudir a una manifestación. Fui, eso sí, un rebelde de salón al uso de mis días, que decía interesarse por la redención de los pobres, la enmienda de la injusticia y la tediosa canción protesta. Majaderías de juventud de las que sólo me queda un sincero ateismo y un convencimiento, aún más enraizado, de que el deporte obedece a ese "pan y circo" que hay que darle al pueblo -del que por supuesto me excluyo- del que nos habla Juvenal en su Sátira X (81).
Aborrezco el fútbol con todo mi ser. Pero no más que al resto de los deportes. No diré aquello de mucho músculo y poco cerebro. Así que hoy escribo indignado ante las hinchadas de Milán y de Munich -no sé el nombre exacto de los equipos- que han campado por Madrid este fin de semana. Salvo vociferar como energúmenos y beber cerveza -que diferentes sus borracheras de mi autodestrucción- no les vi a hacer nada malo. Pero no hay que discurrir mucho para apuntar que el fútbol es un sustituto de la guerra, ya se llama "héroes" a los campeones. La eterna rivalidad entre las comunidades simplificada. Eso es el fútbol.
Como a cualquier otro misántropo, me crispa ver a las masas -siempre tienen trazas de hordas dispuestas al linchamiento- y más si están enardecidas por el fútbol. Habrá que recordar que los neonazis surgieron en las hinchadas futbolísticas.
La pesadilla no ha hecho sino empezar. Volverán los gritos por los goles. Volverá la histeria colectiva y será más exaltada. Ya han quedado atrás los días en que éramos rebeldes de boquilla y estaba mal visto el fútbol.
Publicado el 23 de mayo de 2010 a las 13:15.